Todos tenemos tendencia a querer cambiar y corregir nuestro entorno cuando las cosas no se desarrollan como deseamos, pero sólo si centramos nuestra energía en cambiar nuestro comportamiento, podremos mejorar las circunstancias. Para ello es fundamental desarrollar nuestra actitud proactiva.
¿Qué es la actitud proactiva?
Es un término que puso de moda Stephen Covey en los años 90. Una persona proactiva es aquella capaz de auto-liderarse al margen de lo que sucede a su alrededor, evitando reaccionar ante lo inesperado. Asume, de forma consciente, la co-responsabilidad de su conducta para decidir cómo quiere actuar y cómo sentirse ante los estímulos que percibe, teniendo siempre en cuenta sus objetivos para generar nuevas oportunidades.
Es decir, se trata de una persona que decide en cada momento qué quiere hacer y cómo hacerlo, sin identificarse con las circunstancias. Tener esta actitud nos permite centrarnos conscientemente en las acciones sobre las que podemos influir, para evitar el malgaste de tiempo y energía sobre aquellas cosas que no dependen de nosotros.
La libertad de elegir
El neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl definió la actitud proactiva como “la libertad de escoger en nuestra vida”.
Los animales no tienen elección, son completamente reactivos a los estímulos que reciben. Los seres humanos en cambio sí tomamos conciencia, podemos identificar qué es lo que nos sucede y elegir cuál es la respuesta que deseamos tener ante los acontecimientos.
En muchas ocasiones –la mayoría sin darnos cuenta– reaccionamos inconscientemente ante las circunstancias de la vida. Es importante tomar conciencia del espacio que existe entre el estímulo y nuestra respuesta, porque es en ese espacio en el que se encuentra nuestra libertad de decidir y de liderar la situación en vez de, sencillamente, reaccionar.
Según esta explicación, una persona proactiva escoge su propia respuesta y no se deja llevar por los acontecimientos. Gracias a la elección consciente de sus actos, pensamientos, palabras y regulación emocional, consigue anticiparse a las circunstancias externas. Por muchas cosas que ocurran a su alrededor, la persona proactiva será consciente de que es dueña de la gestión de sus estímulos.
Es decir, se trata de aprender a gestionar de forma adecuada emociones, pensamientos, hábitos, impulsos, actitudes, acciones, conductas y decisiones.
Es obvio que siempre resulta mucho más fácil culpabilizar a los condicionamientos externos de nuestra propia situación y no hacernos co-responsables desde el primer momento. Lo contrario de ser una persona proactiva es convertirse en una persona reactiva.
Área de preocupación versus área de influencia
Fundamentalmente la proactividad se basa en tener muy claro que existen dos áreas en nuestra vida: la de preocupación y la de influencia.
El área de preocupación está compuesta por todas aquellas circunstancias que no podemos modificar y/o que dependen al 100% de las decisiones de otras personas.
Es el área en el que las personas reactivas centran su pensamiento. Su foco de atención se sitúa en los defectos de otras personas y en las circunstancias sobre las que no tienen ningún poder de influencia. Con esta actitud aparecen los sentimientos de culpa, las acusaciones, el lenguaje reactivo, el victimismo, la impotencia, la frustración, la incomprensión, la ira, el desánimo, la desmotivación, etc…
Centrarse en esta área es otorgar a las personas y a las circunstancias el poder de controlarnos y como consecuencia, reducir nuestro poder de influencia.
El área de influencia es aquella en la que tenemos el poder para actuar directa o indirectamente. El concepto de influencia incluye todo lo que podemos hacer sobre nuestra conducta, actitud y acciones en cuanto a otras personas y/o circunstancias.
Las personas proactivas tienen tendencia a expandir esta área y a reducir asimismo su preocupación. Centran su energía en aquellas circunstancias que sí pueden modificar.
¿Cuál es tu lenguaje interno?
Nuestro lenguaje interno es el indicador que nos permite comprobar qué nivel de de proactividad o reactividad tenemos. Ten en cuenta que todo empieza con un simple pensamiento, que tarde o temprano se convertirá en palabras, que a su vez se transformarán en actitudes ante la vida.
Podemos decir que nuestro lenguaje interno es el preludio de la materialización de las acciones que realizamos en nuestra vida. Por lo tanto, nuestra forma de pensar nos condicionará todo lo que vamos a hacer.
Tomar conciencia en todo momento de nuestro lenguaje interno nos permite reconducir nuestro propio pensamiento de forma proactiva, a la vez que nos convierte en personas que se adaptan más fácilmente a las circunstancias. Consecuentemente, esto nos posiciona ante las mismas de forma positiva.
Es importante comprender que ser proactivo no es solamente hacer una reestructuración cognitiva para interactuar ante la realidad de una forma distinta, sino también ser un agente activo, que transforma los pensamientos en acciones para obtener resultados pragmáticos.
Sobre el autor de este artículo
Baldi Figueras, especializado en el desarrollo de habilidades y competencias para la gestión del cambio, trabajo en equipo y auto-liderazgo.
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