En el ámbito del deporte, y especialmente en el deporte de alto rendimiento, hablar de talento es hablar de la Piedra Rosetta. Es la madre del cordero. Es la base sobre la que se construye todo. Si no hay talento, no hay nada que hacer. Existen personajes cuya única función es la de descubrir talento. Los mejores entrenadores son aquellos que son capaces de gestionar el talento. Hay que tener talento. Hay que nacer con él. Y los entrenadores y los padres tienen que dedicarse a pulir el talento, a sacar lo máximo de él lo antes posible para que pueda explotar y rendir al máximo nivel, ganar muchos títulos y —si es posible— mucho dinero y reconocimiento.
Pues tengo que confesar algo: Estoy hasta las narices del talento. Tanto talento y tanta vaina. Tanto dividir entre la gente que tiene talento y la que no. Tanto discutir que si el talento se hace o se nace. Tanto sobrestimar el talento como si tenerlo fuera la panacea. Tanto decir que si alguien tiene mucho o poco talento. ¡Cómo si lo pudieran medir! Tantas compañías enfrascadas en lo que ellas llaman la guerra del talento y tanto talento creyéndose alguien sólo porque tiene un talento.
Por un lado, tenemos a tipos como Malcom Gladwell que nos hacen ver en publicaciones como “Fuera de Serie”, que cualquiera con un mínimo talento puede alcanzar la maestría en cualquier ámbito si se aplica la “Regla de las 10.000 horas” de práctica deliberada.
Por otro lado, tenemos la teoría contraria defendida por David Epstein en su libro “The Sport Gene” en el que expone de manera bastante sólida cómo algunos talentos simplemente nacen y tienen la capacidad de dominar una disciplina sin dedicarle mucho tiempo.
¿Sabéis lo peor? Que los dos tienen razón. Es verdad que con 10.000 horas puedes alcanzar un dominio bastante alto de cualquier disciplina, pero también es verdad que hay personas que nacen con un nosequé que les permite aprender más rápido, ser más eficaces y rendir mejor a un mismo nivel de entrenamiento. Entonces, ¿el talento nace o se hace? Pues creo que la respuesta a esa pregunta es irrelevante.
Ángel Sanz, autor de este artículo
Pienso que, para obtener el máximo rendimiento, hay que tratar a las personas de igual manera tanto si tienen talento como si no lo tienen. Especialmente en las edades más tempranas. Que se tenga de nacimiento o se adquiera con la práctica no debería tener impacto porque el talento en sí mismo no sirve para nada. El talento es una herramienta. Y esa herramienta la utilizamos para alcanzar cierto rendimiento en nuestra actividad, sea deportiva, sea de gestión de personas, sea en una negociación o sea en el ámbito que sea. Pero si esa herramienta no tiene una base, es como si tuviéramos el mejor coche de la parrilla pero no supiéramos conducir. Llegaríamos los últimos seguro, mientas otros —con peores coches pero con mayor conocimiento y competencia— nos adelantarían por la derecha y por la izquierda.
Por supuesto que para alcanzar grandes logros, el talento no es suficiente. Aunque para ser el mejor en lo tuyo, el talento es necesario. Sin embargo, profundizando, he ido descubriendo con los años que el talento sólo alcanza su máximo esplendor cuando se construye sobre un trabajo constante y eficaz. Es la denominada práctica deliberada. Y una de las características de la práctica deliberada es que requiere repetición, repetición y más repetición. Implica constancia y disciplina. Es aburrida, es tediosa y por tanto requiere compromiso, dedicación y una cantidad ingente de energía mantenida en el tiempo. Ésta es una de las características del éxito que ha identificado Angela Duckworth (Universidad de Pennsylvania) y que los norteamericanos llaman “Grit” y que no es otra cosa que mantener el objetivo a largo plazo sin desfallecer.
Pues sólo se puede mantener ese nivel de compromiso necesario cuando se construye sobre una base sólida. Y esa base sólida se llama propósito. El concepto de propósito lo explica muy bien Jim Loehr en su pirámide de la energía, es aquella razón que nos trasciende y que nos hace sacar lo mejor de nosotros. Es la respuesta a la pregunta: ¿Para qué haces lo que haces? Es aquello que despierta nuestra fuente de energía interior. Por eso no se puede activar con motivaciones extrínsecas como el dinero, la fama o el reconocimiento. Por eso es impepinable que el propósito esté activado por razones intrínsecas que sólo entendemos nosotros mismos. Por eso no somos capaces de hacer esfuerzos por nosotros que sí hacemos por otros como nuestros seres queridos.
La potencia sin control no sirve de nada. Y utilizando ese paralelismo, el talento sin propósito es como un arma de destrucción masiva utilizada para matar moscas. Conrad Hilton decía, “dame a alguien con una sonrisa que ya le hago yo hotelero”. Y yo digo, dame a alguien con un propósito, que ya le hago yo rendir a un altísimo nivel en su ámbito. Si encima tiene talento, probablemente le hago el mejor del mundo. Porque el talento marca la diferencia, eso es verdad. Pero sólo en el momento en el que se pone al mismo nivel del que más ha trabajado.
En mi opinión, debemos cambiar nuestro punto de mira. No es tan importante identificar talentos. Es mucho más importante identificar propósitos. Sobre esto sí que se puede construir para alcanzar un rendimiento medio mucho mayor. Una vez estén alineados los propósitos, como si de planetas se tratase, entonces deberíamos buscar el mayor talento porque cuando el propósito y el talento se juntan… el altísimo rendimiento aparece.
Sobre el autor
Ángel Sanz se define como «Emprendedor, Mentoring Deportivo, Educación, Talento, Marketing Sport Can Change the World». Síguele en Twitter como @proyectowow.
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